El actual
descarado ejercicio de Terrorismo de Estado por parte de los poderes fácticos y
la incapacidad de generar una respuesta real a los problemas emergentes de la
época que nos toca vivir por parte del amplio espectro de organizaciones que se
reclaman de izquierda no hace más que reforzar la convicción acerca de que es
necesario construir un nuevo enfoque revolucionario desechando las viejas
fórmulas que se arrastran desde el siglo XIX.
Para eso
cabe hacer un análisis de la actual coyuntura política, en especial de la
izquierda paraguaya, que con sus partidos políticos y coaliciones deforman el
significado de lo que sería una revolución social integral y limitan así el interminable arsenal de
herramientas disponibles al posible saqueo (enhorabuena) de las nuevas
generaciones de luchadores sociales.
Es hora de
construir proyectos que busquen subvertir realmente las actuales formas de
dominación en todos los niveles. Desde reconocer al Estado y sus instituciones
como un organismo eminentemente burgués hasta reconocer que la participación en
organismos que pretendan tomar los bastiones burgueses o replicarlos con un
discurso revolucionario son justamente lo contrario; reaccionarios y por ende
enemigos de proyecto a pesar de que muchas veces nos los encontremos en las
luchas, en algún momento estaremos en lados opuestos de la barricada.
Los
partidos, protopartidos y grandes organizaciones gremiales que se consideran
herederas de las corrientes marxistas en casi todas sus corrientes han
reproducido entre sus “militantes” una doctrina de la obediencia en función a
una supuesta eficacia que solo consigue erigir líderes, figuras y mantener el
monopolio real de las distintas iniciativas de luchas. Han cambiado los cortes
de calle y las cubiertas quemadas por grandes festivales musicales; han
deformado la idea de “asamblea
participativa y horizontal desde abajo” hasta transformarlas en el famoso
micrófono abierto en el mejor de los casos, y en la intransigente lista de
oradores en el peor de los casos.
Es momento
de dejar de confiar en la lógica de partido que pretende “organizar”
vanguardistamente en nombre de una supuesta clase social cada vez más difusa.
Es cierto, es lamentable abandonar frases como
“proletarios del mundo, uníos” más no pretendamos tapar el sol con un dedo y
comprendamos de a poco que un cambio en la estructura social y en las formas de
producción merecen nuevas formas de resistencia y de ataque a un modelo que
pretende mostrarse democrático, más por todos lados exuda una fiebre
totalitaria y mercantilista.
La lucha
debe ser enfocada de manera radical por lxs nuevxs luchadores sociales, lxs
nuevxs rebeldes e insurrectxs. Y eso no significa revivir la nostalgia de las
viejas guerrillas marxistas, sino extender la confrontación con un
planteamiento radical en todos los aspectos.
Nos
figuramos una sociedad igualitaria, libre de sexismo, autoritarismo y con un reparto
equitativo de las riquezas. Una sociedad libre y liberadora tanto del individuo
como del colectivo social. Tal sociedad solo puede ser fruto de una revolución
cultural, una transfiguración de los valores dominantes en la sociedad
capitalista. Esa revolución social no puede ser alcanzada través de métodos que
le sean contrarios, como lo son el Estado, la democracia parlamentaria, el tan
mentado “poder popular”, ni mucho menos por una dictadura del “proletariado”,
sino más bien por la creación del ANTIPODER a través de la organización autogestiva, horizontal, federativa y asamblearia
de grupos e individuos a lo largo de todo el territorio.
La lucha
social, encarada de ese modo radical y anarquizante, en oposición a toda
autoridad, por ser contraria a la sociedad que anhelamos, probablemente de
forma tímida en un comienzo deberá despojarse de los vicios burocráticos que
reaccionariamente buscarán sobrevivir de manera más o menos disimulada. Para
ello habrá que recuperar el ejercicio de la acción directa en todos los niveles
de la lucha. Retomar las calles, ya no para hacerla víctima de meros desfiles políticos
en demostración de fuerza, sino para cortar con la monotonía del espectáculo estéril
a través del uso de la fuerza y la inteligencia insurreccional de todos y
todas.
No hablamos
acá de la forma que habrá de tomar la organización de la sociedad futura, pues
eso corresponderá al desenvolvimiento de acontecimientos sobre los cuales nadie
puede ni debe tener control alguno. Más bien nos deshacemos de los viejos
harapos pesados y nos pondremos a la tarea de tejer un nuevo punto de partida…
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